El impulso de querer sentir la aventura de vivir
navegando por la vida.

Viajar, la expresión del tiempo que pasa.

domingo, 9 de mayo de 2010

17.- Reflexiones sobre el pequeño azul.

(Dedicado a un solitario capitán).
Por “Roger Rabit”, LTP.
El jueves 06.05.2010, a las 23:28
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La última vez que le vi, nos despedíamos deprisa sobre las maderas de un pantalán flotante. El tímido reflejo del sol sobre la casi durmiente Gades se llevó los últimos aromas de espuma de sal, y de casas teñidas de colores fríos un poco más al sur. Entre las montañas del Rif que imaginaba sumergiéndose en la sombra de sus propias cimas. Con las mismas gentes que se agolpaban aún en mi retina, sentadas en los arcos de las estrechas calles pero casi sin vida. Como si durante la noche permaneciesen inmóviles esperando el alba para volver a desplegar sus objetos para la venta un día y otro. Animados por el calor inhóspito del sol.



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Anochecido, el camino de vuelta nos envolvió en cansancio. El autobús de línea recorría impasible los minutos al lado de la línea discontínua. Me alejaba del azul, volvía a la formalidad de lo cotidiano. Entraba de nuevo en mi vida entre las brumas de la luz, el chapoteo de los delfines y las voces casi cercanas de amigos que estaban ya, objetivamente, lejos.
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Pensé un rato en él. En su mundo. En su cotidianidad metódicamente construida. Pensé en cómo mi normalidad podía equipararse sin paliativos con sus excepciones. Esa noche, los cajones y armarios perfectamente estibados y clasificados de su barco, su hogar, volverían a abrirse para equipar la mesa. O quizá no fuese así, y con sus temporales invitados recorrería las calles de la milenaria para buscar un lugar donde ser atendidos.
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Pensé que estaba solo en medio de todos nosotros. Pero solitario no es el adjetivo. Pensé con envidia en cómo reinaba en su mundo. Cómo modelaba su entorno. Cerré un poco los ojos, mecido por la butaca e imaginé el proceso de creación del confort que su ordenado criterio precisaba. Recordé sus culebrillas y sus batallas para domarlas. Y pensé que, en el mismo lugar donde había vivido inmerso en una pequeña comunidad, otra comunidad crearía otras experiencias. Otra dinámica. Otras fuerzas que determinarían rumbos y horarios. Otras fotografías impresas en retinas distintas que a su vez, volverían en oleadas a sus particulares cotidianidades. Mientras él, soberano, surcaba el pequeño azul inmerso en un orden que moduló sin duda a todos los que lo compartimos. El era el elemento inmutable, que se transmutaba sutilmente para no variar. Para continuar en una línea predecible.
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Solitario no es un estado, sino una melancolía.
En su mundo la melancolía no encontraba, en aquella despedida, ninguno de los espacios de estiba. Hoy se siente solitario. Quizá haya anidado en algún rincón escondido de la sentina.
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Pero se, aunque el no lo sepa, que se achicará rápido. Porque toda la melancolía se vierte, inexorablemente, al Mar. Y allí se diluirá bajo el fresco poniente, para desaparecer oculta bajo los destellos del verano.
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Ánimo, capitán.

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Gracias, Roger. 
Tengo confianza en la vida. Lo que me pasa es un regalo del destino, que me depara mejores cosas.


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