El impulso de querer sentir la aventura de vivir
navegando por la vida.

Viajar, la expresión del tiempo que pasa.

lunes, 31 de agosto de 2015

62.- La cueva del Rey Néstor, en el Peloponeso.


Tenía que navegar otra vez el Peloponeso y volver a Pilos. 
El Rey Néstor orientó a Telémaco sobre su padre.
Y ahora mi barco ha querido navegar ahora otra vez allí.

El año pasado navegamos en la Argólida y el Sarónico pero este tocaba el Peloponeso, pasar luego al Jónico, no más arriba de Ítaka y finalmente enfilar hacia Patras y Kórintos de vuelta a mi varadero en Aegina. Todo en los cuatro meses que tengo por delante.

A primeros de julio navego hacia Monemvasia dispuesto a pasar Cabo Maleas. Pero el dichoso Meltemi me entretuvo.
Cabo Malea nos esperaba, pero no quería pasarlo de cualquier forma;
“Cabo Maleas, o lo pasas a motor o rompes la vela”
y no estaba por estos menesteres.

Mi navegación es de crucero, relax, disfrutando, sin necesidad de demostrar nada ni fijar más retos que sentirme en paz. Esperamos porque prisas cuando estás en Grecia no la hay; luego, después de pasado Maleas, navegué hasta Elafonisos. Y ya, cosa de coser y cantar; Krotoni, Methoni, Porto Cayio, paso a paso hasta llegar a Pilos.



Veo barcos, que hacen millas y millas. Parece que tienen prisa. Esos que dicen estar en los sitios y les gusta que los demás lo sepan. Han estado en los sitios, sí. Pero opino que no los han vivido. Muchas horas a motor, ¿para qué? ¿Se disfruta? Hay que vivir los puertos, los fondeos, el baño, la gente, y ­–sobre todo– pensar; observar y reflexionar ¿se vive? Y, al final del día, beber. No, no vale la pena salvo para decir “he estado aquí, miradme, admiradme”.

La bahía de Navarone me recibió con paz, mucha paz, un paraíso. Fondeé en su NW y me fui caminando a conocer la cueva del Rey Néstor –bordeando la preciosa laguna interior– y, más allá, la no menos espectacular cala de Voidokhoilia.


Navegando el Peloponeso estoy en sitios donde vale la pena vivir, aunque sean días. Vivir, sentir esa vida que fluye. Es necesario parar el tiempo y estar con su gente, sin pretensiones, sin contaminaciones. Me molesta encontrarme con listos, esos tíos que se dicen sabios y te llaman tontos a otros y que los empobrecen aún más, mucho más.

Alguien me dijo “yo escribo mi blog para que me lean”.
Pienso “en mi caso escribo para poner mis ideas en claro, compartir mis vivencias y sentimientos al navegar”.
No me interesa alardear de experiencia y pericia –que quizás no tengo tanta–, pero sí compartir con prudencia la ilusión de vivir el mar, gozar del mar. Y, sobre todo y antes que nada, de su gente; esa gente noble y alegre que se te entregan aún sin hablar el mismo idioma, éste que trato de aprender.

Si visito esta tierra desde hace año, al menos quiero saber decir algo, intentar aprender su idioma, entender lo que me dicen. Al menos sé decir que no sé hablarlo, aunque algo más.


Aunque ya conocía el Peloponeso, he necesitado descubrirlo de nuevo.
Pienso, ya lo dijo Heráklito, “todo cambia, aunque lo conozca las cosas han cambiado”;
este año se ha agudizado la crisis, el cierre de los bancos, pero la gente, pacientemente, aguanta, sobrevive, espera. Y me lo explica, cada uno a su manera, tan confusos, tan sesgados, y siempre en manos de incompetentes y manipuladores.

Navego.
La temperatura es alta en esta época.
Pero la naturaleza me brinda un espectáculo indescriptible de luz, color, olores, sonidos, de gente. Los sentidos están sensible por estos mares y tierras.


Con este ánimo avanzamos. Telémaco se comporta como siempre, en simbiosis conmigo, con sus musas, con sus lunas, con sus mares, su cabeceo y dribles en los fondeos. Lleva nueva cadena y más larga. Ninguna avería, ningún contratiempo.
Se nota el celo en su mantenimiento, imprescindible en estos mares.


Torno a sitios conocidos; la gente se alegra de verme, me recuerdan. Monemvasia, Poros, Zakinthos, Katakolo. Es una pasada, a punto de emocionarme de tanta humanidad.
Siento que estoy acompañado.
Valoro la dimensión humana de esta relación, tan efímera, tan liviana, pero tan natural.

En Poros de Kefalonia descubro nuevos sitios y tabernas. Sitios encantadores, frecuentados por griegos, sin turistas. Y lo vivo intensamente. No puedo decir “olvídate de todo y ve allí, donde yo estuve”; es mejor decir “deja el barco unos días, muévete por el lugar, habla con la gente y descubrirás vida, la misma vida que he descubierto yo”. Vale la pena. No estaré en tantos y tantos sitios, pero viviré los sitios, ya lo creo.

Es increíble este cuadro de pinos y cipreses, con alguna araucaria de vez en cuando, olivos, huertas aisladas, vides, y salpicado de mariposas blancas, amarillas, marrones, y cigarras, con aguas cristalinas donde se reflejan las altas montañas. Tenemos 34ºC.

Es frecuente la conversación con otros barcos, chárter generalmente, preguntándome si el barco es mío. “¿Has venido desde España? ¿Vuelves?”. No –les contesto– las normas en España son tan estrictas y representan tanto dinero que no voy a volver. Además, el paraíso está aquí.

Se acumulan las experiencias y vivencias. Los días son muy cortos y las experiencias efímeras.
Pero las vivencias profundas.


Soy una sombra en el camino,
y una estela en el mar;
¡tan efímero,
tan fugaz!