Pasar el puente de acceso a Levkada con viento y varios
barcos esperando
es diferente a pasarlo en calma o sin barcos.
La poca sonda en
su proximidad y el desconcierto de boyas que marcan la sonda en la entrada
norte hacen ser muy cauto a Rik, conteniendo a Telémaco, que está ansioso por
entrar en la dársena.
Una vez dentro, a cada hora, ni antes ni después –minuto
arriba, nunca abajo–,
el puente comienza abrirse –¡ahí está!–
y se produce el
desfile de barcos que entran y salen, parece que ansiosos,
para continuar sus
derrotas.
Levkada es para Telémaco un sitio conocido.
Atracó esta vez
en su muelle público –gratuito– y no en la marina.
Aquí hay una de las mayores
tiendas de aprovisionamiento de recambios y efectos náuticos de la zona, y también un
sitio fácil donde proveerse de butano, agua o alimentos u otros menesteres,
como repostar combustible –aunque esto también puede hacerse en la marina,
antes de enfilar el canal hacia el sur– o lavandería.
Telémaco estuvo en Levkada el tiempo preciso, ansioso por
fondear en Meganissi
y antes, en su camino, hacerlo en Skorpio.
En Skorpio –¡novedad!– puedes pisar la tierra,
cosa vetada
hasta ahora al tratarse de una isla privada.
Cuando al día siguiente llegaron
otros barcos y pequeñas motoras a tomar posesión de parcelas de arena en su
playa, Rik decidió que era la hora de marchar a cala Abelike en Meganissi.
Nada más llegar a la “Taverna Abelike”,
el tabernero dijo “hasta la vista” –lo único que sabe decir
en castellano–
y se fundió en un abrazo con Rik.
Parece que fue ayer cuando
marchó de aquí y ha pasado nada menos que un año.
Este tío es encantador, se
acuerda de mi desde el año pasado –pensó Rik–.
Allí Rik utilizó las lavadoras y
duchas por un precio simbólico,
mientras degustó una cerveza a la sombra de sus
olivos, esta vez con ausencia de avispas.
Tras disfrutar del fondeo en Abelike, y visitar Vathy a pie,
Rik y Telémaco marcharon hacia Itaka.
El viento era propicio. Velas arriba, rumbo al norte de
Frikes, al fondeo de Áy Nikoláou donde Rik vivió tan gratos recuerdos del año
pasado.
–Rik, veo una sirena. A mi babor –avisó Telémaco.
–No puede ser, Telémaco. Será un delfín o una foca monje, que hay una colonia por aquí –respondió Rik.
–No, Rik. Sé distinguir bien. Es una sirena y te está mirando, viene a por ti. Tienes suerte que te proteja Atenea.
–Tontería, Telémaco –dijo Rik.
–Rik, es Pandora. –Ja, ja, ja –rió Rik–. Pandora fue la primera mujer, Telémaco, aquella que crearon con la ayuda de los dioses.
–No rías, que es verdad. Es ella. Ya lo sé, se le escaparon todas las gracias de la caja.
–Todas no, Telémaco, tapó la caja pronto pero sólo pudo quedarse con la esperanza.
–Rik, dile que sí. Te conviene.
–Por eso se dice que la esperanza es lo último que se pierde –comentó Rik desoyendo a Telémaco–. Esperanza por vivir, aceptar lo que eres. Olvidarte de lo que tienes. Esperanza a no ser utilizado, a esperar el día con optimismo.
–Rik, me dice que quiere estar contigo, que le digas algo.
Navegar Ítaka y Kefalonia con sus múltiples calas y puertos
fue una experiencia que dejó huella.
Ya el año pasado en estos mares estuvieron
muy presente en Telémaco y Rik.
En Kioni, Frikis o Vathy,
Rik conversó allí en castellano con griegos de la zona
–mayores–,
igual que hizo el año pasado, pero también con jóvenes que lo están
estudiando en Patras o Atenas.
Como en las fiesta popular de Stavros.
En Kioni departió en varias ocasiones con los propietarios
de una taberna deliciosa y de buen trato como es Calypso.
– Rik, me dice que quiere verte, que quiere ir contigo.
Rik ignoró el comentario de Telémaco y éste prosiguió:
–Rik, me dice que es Afrodita, que quiere que la lleves a Kithira.
–¿En qué quedamos, no era Pandora? –cuestionó Rik.
–No, es Afrodita, que la lleves –dijo Telémaco.
–Pregúntale si tiene FaceBook.
Rik se dirigió a Sami, en Kefalonia,un puerto desconocido todavía por Telémaco,con los servicios necesarios para hacer agradable la estancia en tierray visitar partes desconocidas del interior de la isla.
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