–Rik, veo delfines. Me han pasado casi rozando –avisó Telémaco.
–¿Ya los has visto, Telémaco? No creo que lo sean porque donde dicen que están no es aquí sino en el mar interior –matizó Rik.
–Te digo que los he visto. Hay poco fondo por toda esta parte que vamos, pero llevan el mismo rumbo que nosotros.
–Telémaco, estoy divisando las boyas de entrada a Preveza. Están muy afuera.
–Con este viento portante llegaremos pronto. ¿Seguiremos a vela? –preguntó Telémaco a Rik.
–Vamos a ver cómo nos va. No quisiera comprometerme mucho porque desconociendo esta entrada quiero evitar sorpresas.
–Pues Rik, lo mejor es que me pongas el motor y arries velas al enfilar el canal.
–Primero enfilaremos. Luego ya decidiremos –contestó Rik.
De esta forma entraron en el canal hacia Preveza.
Rik arrió
las velas en el mismo canal y entró navegando a motor,
con una corriente en contra de un nudo.
Gracias a las recomendaciones del amigo Ralip,
Rik y Telémaco pudieron gozar en pocos días de lo que este
mar podía darles.
–¿Por qué le llaman mar de Preveza? –preguntó Rik.
–AmvrakikosKolpós es su nombre –contestó Telémaco– aunque en castellano se lo conoce como Golfo de Arta. Aquí es donde están los delfines. Nos cansaremos de verlos.
–¿Los veré yo, Telémaco?
–No lo sé. Yo sí, Rik. Ya los vi por aquí abajo.
Vónitsa es un pueblecito pequeño, casi sin turistas;
prácticamente
los únicos eran de los pocos barcos amarrados en su puertecito.
Rik y Telémaco
se prepararon para amarrar.
El viento soplaba poniente con fuerza 6.
Una vez
puestas las defensas, preparados los cabos largos para dar amarra a tierra, el ancla y cadena para darla a pique, puesto en el agua el dingui y
amarrado para que no estorbase ni a la cadena ni a los ya amarrados, Rik
analizó la situación de los otros barcos para decidir su mejor opción.
El viento siguió soplando.
Telémaco entró en la dársena de
entrada, Rik estudió las sondas y eligió su sitio.
Largó ancla y cadena. Dio
máquina atrás. Más cadena.
Lentamente atrás sin perder arrancada ni gobierno y
recibiendo viento por popa.
Poco a poco fue Telémaco entrando procurando
muelle.
Al poco, el viento paró. La fuerza 6 se transformó en 4 y
quince minutos después, en apenas 3.
Rik saltó a tierra una vez terminada la maniobra de atraque
y paseó por el pueblo para tomar conciencia de la situación.
Lo primero que le
llamó la atención fue observar la escasez de turistas extranjeros;
los que
había parece que eran turistas locales.
Luego, todos los rótulos de comercios
estaban rotulados sólo en griego.
Un pueblecito que parecía había salido de la ocupación en
una guerra,
con sus suelos levantados, casas y paredes derruidas,
los cafés con
sólo hombres charlando acaloradamente, solares abandonados.
En las tiendas
hablan poco inglés, salvo los jóvenes.
En lo alto, es estupendo el castillo veneciano
que preside
el pueblo con unas vistas estupendas.
Los niños jugando en las calles, los mayores
paseando a la fresca,
las bicicletas con niños o mayores como medio de
locomoción,
pocos coches, un pueblo relajante.
–¡Hola! Hola, ¿eres español? –le pregunta un desconocido que se acerca a Rik desde una taberna cercana.
–Hola. sí, soy español –contestó Rik.
–Hola, me llamo Joan. Vivo aquí desde hace unos años.
–Ah, hola. Me llamo Rik. Acabo de llegar en un velero –le contestó.
–Sí, me lo han dicho en la taberna. “Acaba de llegar un barco español ahora mismo” –contestó Joan.
–¿Necesitas alguna cosa, puedo ayudarte en algo? –preguntó Joan.
De esta forma Rik supo dónde estaba el supermercado mejor, una buena taberna con precios correctos, una ferretería, etc.
–Yo trabajo en un proyecto con delfines.
–¿Hay delfines aquí? –preguntó Rik, recordando los comentarios que le hizo Telémaco.
–uf, muchísimos. Yo trabajo en el Jonian Dolphin Project
Y Joan le explicó a Rik en qué consistía su trabajo y la
actividad que allí ejercía.
El puerto de Vónitsa dispone de agua abundante y buena
gratis en los amarres,
por lo que Rik aprovechó para limpiar la cara de
Telémaco, quitarle la sal y cargar los tanques.
Rik compró una planta de basílico para ahuyentar los
mosquitos en Telémaco.
Rik fondeó al otro lado del islote de Kokouvitsa.
Desde allí
también se puede acceder fácilmente a Vónitsa.
Navegaron hasta O Rougas fondeando en una playita
desierta.
Encantador.
Luego, rumbo a Loutraki.
Al final de la cala, Rik fondeó a
Telémaco en la ensenada frente a la única taberna,
protegidos de vientos de
poniente.
Una vez asegurado el fondeo, Rik bajó a tierra para conocer la
taberna.
Sólo hablaban griego.
Pidió una cerveza y se la sirvieron
acompañada con cinco albóndigas con salsita de tomate.
¡Exquisitas!
La dueña le
explicó a Rik cosas y cosas que no entendió.
Telémaco sonreía y se balanceaba
suavemente en aguas tranquilas mientras les observaba.
Rik volvió a desembarcar para cenar en la taberna.
Todos los
hombres le saludaron al llegar. En griego, claro.
Contestarles fue fácil para
Rik, pero no supo llevar una conversación.
Los niños de la taberna, una niña y
un niño de unos siete años le siguieron.
Fue la atracción.
Le dieron clases de
vocabulario.
Le enseñaron en griego bicicleta, patinete, grande, pequeño.
Se rieron
de la ignorancia de Rik con el idioma.
En la taberna había ocho mesas con clientes,
pero sólo en tres comían;
en las
otras sólo charlaban. A media noche todavía estaban charlando.
Había luna
creciente; en unos días habría luna llena.
El agua del mar no estaba fría, no es
transparente y cristalina pero agradable.
Los niños continuaron jugando con sus
bicicletas.
De allí marcharon a Anfiloquia.
No le gustó a Rik.
El puerto
está poco protegido de los vientos dominantes.
Soplaba fuerza 6, ningún velero,
pocos barcos de pescadores, y mucha sonda.
El único sitio con menor sonda, unos
6 metros, es fondeando sobre un antiguo volcán en las proximidad del pueblo.
Rik pensó que el pueblo no necesita el mar, no lo vive.
Así que decidió darle a
Telémaco mejor noche volviendo al inicio de la rada.
Allí había visto una cala
resguardada, al sur de Ak Dhervisi, y hacia allí puso rumbo.
Y de allí a Preveza para poner rumbo a Levkada.