El impulso de querer sentir la aventura de vivir
navegando por la vida.

Viajar, la expresión del tiempo que pasa.

miércoles, 28 de abril de 2010

13.- Cabrera a Palma de Mallorca. La estancia en Palma.

Levantar el fondeo a vela es una delicia. El día estaba lluvioso, amenazaba más agua. Sólo un barco en el fondeadero. Son la 0800 de la mañana y sopla un NE de fuerza 5.

El único barco que quedó en el fondeo

Pronto empieza a llover. Se ve poco más allá de una milla. Pongo rumbo a la bahía de Palma. Me espera el puerto a unas 27 millas.

Cabrera queda en la popa. Lluvioso.


Poco a poco va entrando el agua. Llueve sin piedad. Ya me puse el traje de aguas antes de abandonar el fondeo. Y las botas.

He conectado el radar. Localizo al poco dos grandes barcos de crucero, uno que me corta la proa a una milla desde mi estribor, y otro que me da alcance a los 15 minutos, desde mi babor. Todos vamos para allá.

Con agua por arriba, y agua por abajo, decido hacer poca cosa para la comida del almuerzo: unas tostadas horneadas con jamón y queso y unas hierbecitas:



Enfilo la Bahía de Palma. Hay multitud de barcos con Ais. Es realmente duro y frío navegar en invierno.



La estancia en Palma ha sido dura. Dura al llegar, porque me enviaron malas noticias de alguien cercano, y tuve que recibirlas de la mejor manera. Y el día tampoco acompañó, tan triste y lluvioso. Y luego viví estos días con su peso. Y ante mi dolor, reconozco la vida que he hecho hoy, las dificultades que la meteo y navegación me han traído y cómo las he superado con mi propio esfuerzo.



Me centro en lo que es necesario hacer y así tengo menos tiempo para revivir el dolor. Me centro en lo que la vida me está pidiendo ahora. En lo que me está ofreciendo ahora. Me ayuda a limpiar y sacar lo que ya no es necesario. Y abro mi mente para que entren cosas nuevas en mi vida. “¿Cómo puedo soportar amarte si sé que un día puedo perderte?”

Amo este día. Amo mi vida. Deseo ser consciente de mis vivencias. Pienso en las personas, en las relaciones que creemos de amor. 


Palma la veo positiva, me da energía. Pero me siento extraño e inestable aquí. ¿puede ser que tenga crisis existencial?. Tengo pensamientos que me abren las heridas, y quiero rechazarlos, no puedo permitir que entren en mi intimidad.

Ya en Palma de Mallorca, me dedico a deambular por sus calles. La Catedral, el Borne, las Atarazanas. La judería. ¡Cuánta historia y vida en estas calles!. Es Sant Jordi. En Catalunya es costumbre regalar rosas y libros. Yo regalo rosas. Me han salido del alma. Los libros los regalo durante el año. Los que tengo, los que no volveré a leer posiblemente más.

Solo, descubro el Bar España, cercano a la Plaza Mayor. “Comidas, Pinchos, Tapas”, dice la nota. El bar está lleno de gente que se comunican con un tono de voz alto, como en el sur. Me recuerda el sur. Ese sur que tanto nos une y a donde queremos ir. ¡Tenemos que ir al sur!.


Ahora me cuesta conciliar el sueño. No lo tengo. Camino y camino por sus calles. Se me revuelve la mente. Vivo el jazz en  “Jazz Voyeur” de la calle Apuntadores.



Un músico sin guitarra.


Ahí me entrego al ritmo y me dejo llevar por el jazz. La mente está viva de recuerdos que quiero expulsar pero que vuelven, los muy traidores y crueles.

Voy a poner un cartel en mi alma:


No sé qué hacer con el barco. Estoy solitario. Navegaré solitario. Quiero estar solitario. Lo necesito. No lo deseo. Mi alma lo necesita. Necesito relax. Los amigos acompañan por fuera. Los recuerdos, dentro. 

Pienso que me gustaría recibir un abrazo. Es curioso. Recuerdo un grupo de voluntarios que se ofrecían para dar “abrazos gratis” a la gente en una salida del metro de la Plaza de Catalunya, en Barcelona. ¿Tendrían aquellos abrazos los mismos efectos de los que ahora me gustaría gozar?. Me gustaría sentir ese abrazo. ¿Hago bien en decirlo?. ¿Por qué no?. ¿Por qué no solemos manifestar los sentimientos?. No sé, no sé. Algo nos perdemos si no lo hacemos.

Me invitan a la inauguración del “Café de Cuba”:



El deambular de su gente por sus calles y paseos en Palma me distrae. Me evade. Apenas dejo actuar el pensamiento.

Recuerdo cómo, a la sombra de un pino, en una pista de esquí este pasado mes de enero, en un remanso sin nieve, me senté sobre sus hojas caídas. Solo. Necesitaba pensar. “He querido estar aquí, pero también deseo marchar”, recuerdo que pensaba. Pasaban más esquiadores de los que imaginaba. Pensaba que era una pista poco frecuentada. Y allí, alejado del bullicio pensaba en las personas cercanas. “Niña, ¿qué estás haciendo ahora?”. Me contestaban los gorriones, muchos en la lejanía. Me contestaba un concierto de trinos. Recuerdo esto ahora en un jardín de Palma, también acompañado de trinos. Hace calor. Mucho calor. Es casi verano.

Me encuentro con otros navegantes. Los interpelo. Los observo. Pienso en qué pensarán. ¿Qué sentimientos tendrán?. ¿Qué esperan de la vida?. Me cuentan los temporales corridos en el Atlántico, sus maniobras con las velas, el trimado de la mesana, la vela de capa, los problemas con las escotillas. Observo. Pienso. No, yo no soy de esos. Yo no deseo verme en esas malas situaciones. Las olas rompiendo encima. El barco zarandeado por todas partes. Varios días, casi una semana así, navegando a 200 millas del ojo del huracán. No. Ni la décima parte. No necesito demostrar nada. Deseo encontrar más placer. Ahora me doy cuenta que deseo navegar más relajado. Deseo caminar.

Ángeles, del Black Pedro, me cuenta el proyecto que tiene con su marido, una vez cruzado el Atlántico (“Cruzando el Atlántico a vela”). Tiene el barco en el Caribe, en Granada. Disfruto de las experiencias y anécdotas de esta gran capitana:



Ya es martes. Alegrías y tristezas se acumulan como en un saco las patatas. Falta poco para la luna llena. Tomo estas fotos. Es el placer de la noche, que me reconforta con un paseo entregado a la nada.






El otro día cociné un estofado de carne:
Corto la carne a cuadraditos. Aso una cabeza de ajo. Rehogo la carne con un poco de aceite en una cazuela, hasta que coge color. En la misma olla añado las verduras (pimientos, guisantes, zanahorias). Le añado agua hasta cubrirlo. Y pimentón. Tomate frito. Salpimiento. Le añado especies para carne, si las hay. En este caso unas que compré en Marruecos el año pasado. Añado una pastilla de caldo de carne, y un chorrito de vino blanco. Y, finalmente, le dejo reducir, a fuego lento, haciendo “chup-chup”.

¡Las especies que compré en Marruecos!. ¡Qué recuerdos tan gratos los del año pasado en Marruecos!. Y qué ajeno estaba entonces a los cambios que tendría mi  vida ahora!. ¿Recordaremos siempre aquellos felices momentos?.


Cuando marcho de mi casa y dejo abandonado el jardín con su jazmín, que sé que requiere mucha agua y mucho sol, cuando vuelvo es posible que ya no exista jazmín.



Luego, no puedo pretender recibir ese olor profundo porque ni siquiera habrá jazmín. o, en el peor de los casos, el jazmín estará en otro jardín.

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