El impulso de querer sentir la aventura de vivir
navegando por la vida.

Viajar, la expresión del tiempo que pasa.

sábado, 8 de septiembre de 2012

47.- Zakynthos de nuevo, costa de levante


Salir de Katakolo rumbo a Zakynthós me preocupaba.
Venía mal tiempo, vientos de N y NW de fuerza 6 a 8 a partir de las 14 horas.

La opciones eran o esperar en Katakolo un par de días a que pasara
o llegar a Zakynthós antes de que llegara y aguardar allá.

Decidí marchar.
A las cinco de la mañana largué amarras.

En la singladura pensaba en el oráculo de Olympia.
El oráculo me dijo lo que presentía.
Olympia era sede importante de oráculos.
Olympia, en Elis, en el Peloponeso oriental, en el santuario dedicado a Zeus.

El oráculo se recibía a través de una mujer que se llamaba pitia o pitonisa,
en estado de éxtasis frenético.
Mi consulta ya la había hecho tiempo atrás,
y al visitar ahora el templo de Zeus, lo que queda de él,
presentí, viví, la paz que nace en la soledad de la persona.
La que vivifica el ser.

Y el oráculo me dijo
que el libro de bitácora que hace tres años encontré me dará las pautas del encuentro
y del futuro.

Y será así, con la luna llena, que podría contemplar de nuevo las costas peninsulares.
Y, después de la lluvia de octubre, seguiría viviendo la alegría de sentirme yo,
como ser que sabe vivir en solitario pero que desea compartir el placer de sentirse con otros.
El oráculo lo dijo, y navegando rumbo a Zakynthós lo pensaba.

Con poco viento, que fué subiendo, arrumbé la costa de la isla
y entré en la dársena del puerto, con viento ya establecido de NW fuerza 4.

Zakynthós es una ciudad curiosa, de claro corte veneciano, fruto de su época de esplendor.

Deambulé por sus calles, sus arcadas, sus plazas y jardines.
Y sus iglesias. Pocas cosas se salvaron aquí del terremoto de 1953.




Me llamó la atención las colas para pagar el recibo de la energía eléctrica, donde además se pagan también otras tasas e impuestos.


Como también me llamó la atención cómo los vecinos se anexionan las aceras para otros menesteres, a los que ya no estaba acostumbrado. Esto hace difícil, si no imposible, transitar por las aceras.


Después de remitir el temporal, abandoné el puerto
para poner rumbo al norte de la isla, a Ay Nikolaos
(hay infinidad de sitios que se llaman igual en varias de las islas del Jónico, por lo que hay que concretar siempre).
En esta ocasión, los navegantes conocemos la isla donde está la taberna de “Dimitri”.

Dimitri, de 27 años, pertenece a una familia de emprendedores y regenta la taberna, la estación de servicio, proviene de combustible a los barcos, y de agua y electricidad, lavandería, supermercado, y tiene unos barcos para llevar turistas a las Cuevas Azules del norte, apenas a dos millas.



Dimitri me suministró gasoil, a 1,64€/l. El consumo de Telémaco,
desde la última vez que reposté, fué de 1,60 l/h.

Después de Ay Nikolaos, puse rumbo a Ítaca. Pero antes, visité las Cuevas Azules.



Y ya, rumbo a Ítaca. Fondeé en la playa de Kardara para tomar el baño y almorzar, al sur del cabo Ioannis de Ítaca. Donde proliferan las serpientes de agua.



A la caída del día entré en el puerto de Poros, donde ya estuve días atrás.
Y al día siguiente, otra vez al mar.

Navegando hacia el norte, contacté con otro barco español, el “Ralip”, que me pasó su posición.
Así, que puse rumbo al fondeo que me dio, y donde pasamos un par de noches.

En el fondeo recibí la luna llena,
y también la ví en mi cuaderno de bitácora.
El oráculo tuvo razón.


Rumbo a Kuoni. Un pueblo “monada”, circular en torno al puerto. Pocos barcos. Ya casi no hay “flotillas”.



Con aguas transparentes, que hacen la delicia de los sentidos.

Y para Órmos Kritami.
otra vez. Es la tercera vez que me deleito en esta recóndita cala.
y pasamos solitarios los dos barcos varios días amarrados por popa a tierra.

Silencio absoluto.
Ninguna comunicación, ni teléfono, ni Internet, ni wifi, nada.
Nada.

Incluso las cigarras callaron.
Sí, las cigarras ya no cantaron, señal de que había cambiado el tiempo, que el calor había bajado.

En esta cala fué enternecedor oír el balar de unos cabretillos llamando a su madre.
Era la caída del día.
Se oyeron un par de cencerros de los machos.
Todas las cabras dispersas por la ladera tupida de rocas y arbustos bajos.

Y hacia Vathy de nuevo.
También aquí menos barcos que la vez anterior.

Pero el mismo viento racheado, que impidió incluso bajar a tierra sin mojarnos.
Fuerza 5 y 6

Aquí aproveché para hacer compras.
Y me regalaron una hermosa planta de basilisco,
que llevo a bordo desde entonces y ahuyenta los mosquitos, los que no hay, pero los ahuyenta.


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