El impulso de querer sentir la aventura de vivir
navegando por la vida.

Viajar, la expresión del tiempo que pasa.

jueves, 6 de mayo de 2010

16.- Regreso a Barcelona desde Palma.

El día está lluvioso. No apetece nada largar amarras. Pero ya he decidido marchar y regresar a Barcelona. Quiero enfocar una nueva vida, y una nueva forma de ver el mar y navegar.

Mis ideales y fantasías sobre el navegar los he modulado. Han tenido una metamorfosis. Pero eso lo dejaré para explicarlo otro día. Otro día, una vez en Barcelona, abriré mi mente con mis conclusiones sobre el mar y mi afición. Ahora toca largar amarras en Palma y enfila la bahía. Preciosa Bahía de Palma, con el castillo de Bellver vigilante.

Llueve. Entra el “embat”. Largo las amarras con cuidado de no tropezar con los “muertos” de los vecinos de amarre. Tengo dificultades para maniobrar debido a que sale algún velero sin motor. Pero salgo. Poco a poco enfilo las dársenas del puerto deportivo, y la bocana. Por radio, me despido del Club Náutico de Palma y les agradezco las atenciones que han tenido conmigo, que las considero de alto contenido. Gracias. Y todavía me toca maniobrar para franquear paso a un trasatlántico de pasaje, con maniobra restringida, como no podría ser de otra manera, intentando entrar para atracar.

¡Arriba las velas!. Todo el trapo arriba. Mayor, y génova. Y enfilo tranquilo y en paz la punta de Cala Figuera. Y el islote del Toreto. y la Isla de Dragonera. Por radio hablo con Ignacio, del “Pérfida Albión” que ponía rumbo a Valencia con viento portante por su aleta de estribor.

Y ya estoy en el canal de Dragonera. Ciñendo.


Ha dejado de llover. Pare que despeja por mi proa. Pero el cielo sigue cubierto aún. El ambiente es fresco. Digo adiós a Mallorca. Digo adiós.



Voy comunicando con el “Pérfida Albión” periódicamente mientras vamos distanciándonos. No nos vemos, pero nos sentimos. Hasta que ya no tenemos comunicación. Pero aún entonces yo sigo viéndolo en el AIS, y veo que va navegando bien a vela con vientos portantes rumbo directo a Valencia.

Al anochecer, con el ocaso, avisto algo flotando. Hay apenas 15 millas a Dragonera. Maniobro para acercarme esa media milla que me separa. ¿Un naufragio?, ¿una patera?. Me acerco. Ya está, ahí está.
Aviso por radio a Salvamento Marítimo de Palma, y les doy posición y detalles de su estado. No hay nadie a bordo. Es media patera. Quizás resto de un naufragio. ¿Un abandono?. ¿Cuántas personas han entregado, sin querer, sus vida al mar por huir de sus orígenes hacia una ilusión?. Pienso en todas esa enorme cantidad de anécdotas y sufrimientos de esta gente.




Nosotros también huimos en pateras. Pateras de papel. Nos rebelamos de lo que vivimos, de lo que tenemos. Renunciamos a nuestra vida actual, con la ilusión de poder alcanzar otra que creemos mejor. Despreciamos las vivencias actuales y nos imaginamos una fantasía que difícilmente se alcanza. ¿No es mejor arreglar “nuestra casa” para hacerla más confortable?. ¿No disfrutaré más mi vida “sitiéndola”?. La vida es un tiovivo, con subidas y bajadas. Sus momentos buenos, y los malos. Y saberlos administrar, saberlos ver y sentir, saberlos superar es lo que nos da vida. Y si todo eso podemos hacerlo en pareja, con confianza e ilusión, con diálogo y entrega, mucho mejor. ¿Por qué tenemos los humanos tantas y tantas pateras de papel?.

Y con estos pensamiento llega la noche. Enciendo las luces de navegación. Y llega el frío. Realmente, no gusta navegar en esta época del año. ¡Y eso que ahora ya es primavera!. Cada vez veo más claro que no me gustan estas penalidades. Y pienso que por qué habría yo llevado al extremo la fantasía de navegar. Pienso. Me observo.

Tengo frío. Cojo humedad. Me confié en el buen clima de Palma, y su calorcito “veraniego”, y no me abrigué suficiente. Tampoco puse la calefacción en el barco, cosa que debería haber hecho. Frío. He cogido frío.

Cae el viento. Fuerza 2, de poniente. Quito el génova, y pongo el motor. La noche, a motor. Enciendo el radar y pongo dos alarmas, una alrededor del barco, otra a dos millas desde su amura de babor a la de estribor. Ceno. Duermo a ratitos. Estoy en el dispositivo de tráfico entre Palma y Barcelona. Me alcanzan ferries. Gracias al AIS los detecto perfectamente. Y me detectan a mí, está clarísimo. Todos me pasan a media milla. Otros barcos me cortan la proa durante la travesía, los que entran o salen de Valencia o Castellón. Ahí voy, cabeceando hacia Barcelona. Hay luna. Tengo algo de visibilidad.

Y el alba me trae el día. Despejado. Viento de poniente, fuerza 4.



Avisto delfines a la altura de Columbretes, aunque no las diviso por mi babor.



Y con este viento portante entro en el puerto de Badalona. Telémaco descansa ahí. Yo también, pero en mi piso en Sitges.

La otra noche vino Jordi a cenar a casa. Y con risas comentábamos la diferencia entre un piso y un barco. Decía “hace un montón de tiempo que no me siento en un sofá de un piso”. Y podíamos poner los pies por alto. Y caminar por el salón sin tropezar ni rozarnos como en el barco cuando hay más de uno. Y el lavavajillas, y el micro-ondas, y la bañera. Uff, ¿qué es lo que nos pasa, por qué leeremos tanto de todo esto que no nos hace la vida fácil?. Mejor no pensar. ¿O sí?.

Sigo en el cuerpo con el frío que cogí navegando. Me siento constipado. Tengo frío en el cuerpo. Frío en el alma. Calor en la cabeza. Mejor no pensar, y abrigarme.



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